Normas no escritas en el gimnasio: 11 de la mañana, me acabo de sentar en la primera bici del gimnasio, como todos los días. Es el mejor sitio para observar todo lo que sucede a mi alrededor, y es que es mucho. Me dispongo a calentar 5 minutos, pero se eternizan hasta los 25, porque mis ojos no paran de ir de un lado al otro atónita con todo lo que veo.

Ahí entra la veinteañera de las 11, con sus mallas a conjunto con la camiseta, bambas y goma del pelo. Es total. A medida que va pasando por la hilera de cintas de correr meneando su cola de caballo, va rompiendo cuellos de hombres que corren como si se acabase el mundo. Casi se cae el de la tercera cinta. Ella, camina como sin darse cuenta, aparca su bolsa y se hace el primero de tantos selfies que le acompañarán en su “entrenamiento”.

Me toca el turno de entrenar. Al llegar a la zona de pesas veo las caras de todos los días: el madurito canoso que acaba de empezar hace unos días y tras recomendación médica para fortalecer su espalda se ha lanzado a coger pesos como un loco, sin ton ni son y con una técnica que no se cómo no se queda en el sitio clavado (siempre me llama la atención que cuando hay que arreglar el aire acondicionado llamamos a un técnico especializado, o cuando nos operamos de la rodilla lo hacemos con un traumatólogo y cuando se trata de trabajar la máquina humana, no contratemos los servicios de alguien que ha estudiado durante años cómo realmente funciona nuestro cuerpo).

Hoy me toca pierna, espalda y tríceps, suelo hacerlo en superseries, es decir, sin descansos, para tener al cuerpo trabajando el mayor tiempo posible y así acelerar este metabolismo de gordita que la vida me ha dado. Primero hago un repaso de qué máquinas están siendo usadas, por quién y cómo puedo organizar mi entrenamiento sin ser interrumpida. Me preparo la polea alta para el “Jalón dorsal” y cerca, la otra polea para la “extensión de tríceps en supino”. Primero observo que nadie está utilizando esa máquina, porque es tedioso que alguien te cambie los ajustes (peso, altura…) de la máquina que estás usando. Al otro lado de mi polea está el camarero que me sirvió la otra noche una copa de vino en un bar, haciendo las veces ahora de entrenador personal ilegal a una chica bastante entrada en carnes, que no le rompe las rodillas de milagro, haciéndole saltar de un lado a otro de un step. Lo peor de todo, es que él tiene un tono de voz tan alto que el resto de usuarios tenemos que tragarnos sus alardes de lo bien que lo hace, a pesar de que una denuncia por intrusismo laboral y otro por evasión de impuestos con un solo click acabaría con su presencia incómoda todos los santos días. Lo mejor de todo es que mientras la chica está a punto de fallecer, él se levanta la camiseta y se observa con deleite sus abdominales. Y lo mejor de todo, es que ella piensa que está empleando bien su dinero. Si ella supiera…

Cuando voy por la tercera serie, súper concentrada, subiendo peso y a tope, y me dispongo a ir a la polea de tríceps, alguien ya la ha ocupado, cambiando mi peso y la altura….es decir, ha interrumpido mi entrenamiento. Entrenar en superserie significa entrenar bajo unas condiciones de fatiga precisas para obtener unos resultados determinados. El chico que está “pasando el rato” en la polea se percata que lo estoy mirando con cara de jabalí asesino y con cara de arrepentimiento inmediato me pregunta si yo estaba allí…. Asiento con un sí con la cabeza porque no soy capaz ni de articular palabra por el tute que me acabo de pegar con la dorsal y con cara de “claro, ¿no ves que estoy queriéndote quitar la barra de las manos?”. Se aparta de inmediato y realizo la tercera serie. Sólo me queda una. Voy otra vez con la dorsal y de nuevo a los tríceps, y OTRA VEZ, allí está subiendo y bajando la barra con todo el cuerpo menos con los tríceps. Vuelve a terminar rápido cuando se da cuenta de que vuelvo a mirarlo de cerca y lo que peor llevo es que cuando lo hace, no vuelve a colocar el peso que había encontrado. Esa es una ley no escrita. Llevo unos 25 años entrenando en gimnasios de todo el mundo. Una norma no escrita es: cuando compartes una máquina y te encuentras 30 kg  y tú los cambias, al finalizar, debes dejar los 30 para la persona que te cede esa máquina para compartirla, así como el resto de ajustes.

Por fin he terminado el ejercicio. Preparo el siguiente, y me percato de que llevo un rato escuchando un silbido. Ahí está otra vez la pesada que entrena con auriculares y se pasa la hora entera silbando y cantando en voz alta. Que baile porque está muy dentro de la música me parece mejor que el insoportable silbido. En fin… me voy a la prensa de piernas. ¿Pero por qué narices no recogen los discos? ¿Esperan que los recojan los demás? Pero acabo de ver al chico que justo la estaba usando. Me dirijo a él y le pido amablemente que recoja su material, otra ley, esta vez no tan “no escrita”. Hay carteles por todo el gym. Me mira con cara de “mierda, me han pillado”. Y yo le miro con cara de “¿quién crees que lo iba a hacer?. Lo quiero alternar con mancuernas así que me dirijo al mancuernero. Jolín, otra vez! Los dos chicos tipo “croissant” con pierna de canario que entrenan cada día juntos y que me dan ganas de preguntarles….¿Levantáis 50 kg. y no sois capaces de dejar las mancuernas en el suelo sin tirarlas y sin hacer ese ruido espantoso? Otra ley no escrita. No tirar las mancuernas al suelo haciendo ruido para que todo el mundo se entero de lo fuerte que estás. Si has sido capaz de levantar ese peso, puedes hacerlo para dejarlas en su sitio, para que el siguiente no tenga que hacerlo por ti.

Regreso a la prensa. Oh no! La veinteañera está en mi prensa, sentada al revés, en posición erótica, que me parece fenomenal, sacándose otro selfie. Mientras tanto la de los auriculares se choca conmigo mientras baila. Acabo de decidir que mejor por hoy me voy a hacer más cardio porque la cosa se está poniendo difícil.

Artículo publicado en el Diario de Ibiza